lunes, agosto 03, 2009

El barrilete que volaba bajito


Matías sabía hacer barriletes. Se lo había enseñado su querido abuelo; a decir verdad, siempre los habían armado juntos.Era una hermosa tarde primaveral, con una brisa leve que invitaba a remontar barriletes. El abuelo se había tomado unas vacaciones en la provincia de Córdoba, pero Matías pensó para sí: “Puedo hacerlo yo solo”. Y se animó a empezar a trabajar sobre una mesita en el espacioso patio de su casa.Unos cuantos pajaritos se acomodaron en hilera con mucha expectativa para seguir bien de cerca el laborioso trabajo que estaba a punto de emprender, en medio de macetas y plantas, baldosas desdibujadas por el paso del tiempo, bajo el toldo de chapa que, según el movimiento de las nubes, relampagueaba por el impacto del reflejo del sol sobre el techo entreabierto. Al igual que en un laboratorio de película de ciencia ficción, Matías inició la creación de su criatura voladora.Juntó varias maderitas livianas y las cortó con paciencia a la medida justa. Tomó trozos de papeles de colores y los fue pegando a las maderas con engrudo. Y … ¿Qué es el engrudo? Un pegamento que se logra mezclando agua con harina. También esto lo había aprendido de su abuelo.En las manos ágiles del chico se entremezclaron las largas tiras de papeles de diferentes colores que irían a parar a la cola de su barrilete. Sólo le faltaba atarle el hilo, lo más extenso posible, para que volara tan alto que hasta los pájaros lo envidiaran.Ya estaba listo. Ese esqueleto de maderas cubierto de papeles multicolores dirigido desde la madeja de hilo, iba a cobrar vida apenas el aire lo rozara …Matías intentó probarlo en el patio ; soltó de a poco la cuerda … Un viento suave jugueteó alegremente con el barrilete.Matías se desilusionó. Su creación recorría los zócalos del patio sin superar los veinte centímetros de altura. Quizá el patio de su casa no era el lugar adecuado, necesitaba más empuje del viento en un lugar más abierto.Ya en la calle, Matías hizo la segunda prueba. Ni la fuerza de cien huracanes o de mil ciclones podían ayudarlo; el barrilete apenas si se despegaba del suelo. Daba lástima verlo arrastrar la cola por la vereda.-Qué raro- pensó. Había usado los materiales correctos y el procedimiento empleado para usarlo era el exacto, tal como su abuelo se lo había trasmitido. Nada podía fallar. Exceptuando claro, la posibilidad de que su barrilete tuviera miedo de volar .Le pareció que lo más apropiado era llevarlo a un nido en un árbol cercano a su casa. Así que trepó hasta alcanzar el nido y allí lo dejó para que la mamá pájaro le enseñase las técnicas del vuelo, como si se tratara de un pichón de barrilete.Matías se quedó esperando, sentado en el cordón de la vereda. No se sabe muy bien que pasó allá arriba, pero resultó que a la primera brisa, el barrilete bajó deslizándose suavemente sobre las ramas y el tronco del árbol hasta llegar nuevamente a las manos de su creador.Cualquier intento era inútil . Matías había hecho un barrilete que volaba bajito y tanta vergüenza le daba, que llegó hasta a disfrazarlo de perro salchicha para fingir que paseaba a una mascota y nadie se diera cuenta de que en realidad estaba remontando su barrilete nuevo.

Pero la gente que pasaba caminando por la calle o desde los autos y los colectivos se daba cuenta, y les llamaba la atención ese barrilete disfrazado de perro y que volaba tan bajito.A los vecinos les resultaba muy divertido y no tardaron en agruparse los más curiosos de la cuadra. Enseguida llegaron los periodistas de la televisión; después de la primera nota el chico y su creación se hicieron muy conocidos; su fama subió muy alto, como remontada por un tornado. Lo que antes había avergonzado a Matías, ahora lo enorgullecía. Hasta llegaron a proponerle instalarle una fábrica de barriletes que volaran bajito, pero él no aceptó. Sí aceptó la invitación para ser jurado en un concurso de barriletes en un gran parque de la ciudad.El día del concurso se reunieron multitudes alrededor de Matías pidiéndole consejos, técnicas y autógrafos. No era para menos; en ese parque se habían congregado cantidad de barriletes de todas formas y tamaños, diseños y coloridos, desde los más modestos hasta los más sofisticados; pero sólo uno volaba bajito. Mientras el afamado niño prodigio se dedicaba a sus admiradores, su barrilete trabó conversación con un grupo de barriletes concursantes.-¿Es fácil volar alto? ¿No es peligroso?- preguntó temeroso.-Es muy sencillo- respondieron los demás, al tiempo que se ofrecieron para enseñarle los secretos del vuelo alto.Un grupo de gente señalaba hacia arriba. Matías comprobó con asombro que se trataba de su barrilete que, a medida que se iba volando hacia las alturas en compañía de sus nuevos amigos, se alejaba de su creador y lo saludaba con el suave movimiento de sus cintas de colores que flameaban como banderas de despedida.Desde entonces, el barrilete que volaba bajito dejó de ser único y fue uno más entre los demás barriletes. El viento de la fama también dejó de soplar para Matías y volvió a ser uno más entre los demás chicos.Sin embargo, no sentía tristeza; al contrario, estaba orgulloso y satisfecho. Después de todo, su barrilete había superado el miedo a volar, tomando las riendas de su propio destino. Había conquistado la libertad.

Cuento e ilustraciones de Miguel Ángel Zicca



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